Estoy escribiendo con un utensilio aguzado, que, como diría mi gran e inestimable compañero de aventuras (fuera de absurdos contextos comprometidos), enriquece la blancura con un conocimiento adquirido sobretodo a través de la exótica experiencia. Con la única compañía se esfuerza, generando un empuje en la flaqueza, este bolígrafo magullado, aunque fiel ante mis manos, palabra a palabra, línea a línea, dota de sentido el sinsentido, la nada, esgrimiendo y regurgitando caracteres sin cesar. Pero no todo es tosco, áspero y exangüe en su totalidad, pues también presenta cuidada elegancia gráfica en su tullida y rocambolesca efigie. Su boina renegrida, resentida en la batalla contra cronos, convaleció cabizbaja la evidencia de lo palmario. Todavía guarda una enjundia casta y vital, incólume e ineluctable, pues vencerá en mis manos el frío estertor que le consume, redimiendo a mi causa la elegancia de vivir con la solercia de un senil perito.
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